
Siempre se hizo así: el entrenador pedía una serie de futbolistas para reforzar su plantel, llegaban de a montones, y esos montones terminaban convirtiéndose en una carga económica y deportiva para el club cuando el técnico salía eyectado después de una mala racha de resultados. Los directivos, salvo casos excepcionales, sucumbían ante la tentación de cumplir con las demandas. Pero después llegaba otro director técnico con otro perfil, y muchas de las flamantes incorporaciones se convertían en sobras.
Ahora que la figura del director deportivo ya está afianzada en Europa, se fortalece en México y Estados Unidos, y emerge en algunos equipos de Sudamérica, tal vez sea el momento de cambiar la respuesta a la siguiente pregunta: los refuerzos que arriban, ¿son para el técnico o para el club?

Del poder al entrenador a los directores deportivos
Antes funcionaba la figura del manager, un director técnico con poderes absolutos para diseñar el plantel. Era el entrenador y el club sintetizado en una persona. Arsène Wenger, con 22 años en Arsenal, es un ícono de aquel mecanismo de gestión. Entendía la historia y la filosofía del club, y con esos inputs se sentaba a negociar con jugador, familiares y representantes. Había un valor real en su trabajo: armaba un proyecto individual para cada futbolista y les hablaba directamente acerca de sus potencialidades reales en el equipo. Era un arma letal para reclutar talento. Pero no trabajaba solo. Detrás suyo había una maquinaria que le acercaba la carta con los futbolistas más destacados. Él decidía con autonomía absoluta. Wenger ya no estaría emancipado porque las cosas ya no andan así en Londres. Y en prácticamente ningún club inglés. En el país de los managers, los directores deportivos tomaron la pista.
El director deportivo –apoyado en su respectiva secretaría técnica– aparece como un rol central en el proceso de búsqueda de jugadores porque el fútbol se complejizó. Los entrenadores se convirtieron en gestores de egos y emociones, el análisis de un partido requiere de cada vez más herramientas, y la prensa y el contexto son cada vez más asfixiante. Se acabó el tiempo para mirar horas y horas de fútbol, a menos que sea el partido del siguiente rival. Pero, a la vez, se terminó la época de los DVDs y los compactos en YouTube para decidir la contratación de un jugador. Hay tantos datos, tanta información, tanto conocimiento para construir, y tantas plataformas que sostienen la elección de los refuerzos que el proceso requiere de un área capacitada y específica: las secretarías técnicas, compuestas por analistas, scouts y expertos en big data. Es el área del club que genera conocimiento propio para la toma de decisiones en la elección de jugadores. Ya es momento de dejar de mirarlas como un gasto y entenderlas como una inversión. Quienes no lo hagan se van a perder de muchas oportunidades por salir al mercado sin el equipamiento adecuado.
El negocio de las transferencias es enorme. Según el informe anual de TMS, en 2019 los clubes de los diez países de Sudamérica invirtieron 165.4 millones de dólares en adquirir jugadores de otros mercados. La cifra llega a 275 millones si se incluye a los equipos mexicanos. Probablemente sea dinero mal gastado. “Los clubes se ven tentados a comprar muchos jugadores cuando van mal porque necesitan renovar la ilusión”, dice Monchi en su libro, El Método Monchi. Tanto dinero no permite fallar. Hay caminos para achicar el margen de error. Pero a veces los que fallan son los directivos en su afán de acapararlo todo. Rafa Benítez lo sufrió en Valencia. Era 2003 cuando la dirigencia sumó a Fabián Canobbio, un extremo uruguayo. Benítez marcó su postura en la presentación: “Yo pedí un sofá, y me trajeron una lámpara”. Lo único que dejó Canobbio en Valencia fue aquella anécdota.

Aunque parezca extraño, esas situaciones todavía ocurren en el interior de los clubes sudamericanos. Salvo contados casos de éxito, no hay políticas institucionales de fichajes. No hay metodología ni planificación. La mayoría depende de la voluntad del entrenador de turno. Otros lo hacen de otra manera. Barcelona tiene una comisión técnica que decide en noviembre qué puestos necesitará reforzar en el mercado de junio. Racing lo define seis meses antes de salir a comprar. Leeds lo determina con cuatro meses de anticipación. Ese plan es la hoja de ruta. No alcanza con definir los puestos. También es vital definir qué perfiles se necesitan sumar: ¿un lateral derecho que ataque o que responda en defensa? ¿Un 9 de área o que salga a jugar?
Nicolás Burdisso encontró una manera de marcar el trazado inicial: “El entrenador elige el perfil del jugador a incorporar, y el director deportivo sugiere nombres que encajen en la búsqueda del técnico”, dice. “Nosotros vemos qué perfiles nos interesa sumar, y a partir de ahí buscamos qué jugadores se adecuan a esos perfiles”, apunta Andoni Zubizarreta, ex director deportivo de Barcelona y Olympique de Marsella. El armado del perfil no es azaroso. La filosofía de juego funciona como un faro, y el director deportivo, en sinergia con el entrenador, construyen los parámetros necesarios según el puesto en el campo y según esa filosofía:
- ¿Queremos marcadores centrales que salgan jugando?
- ¿Necesitamos un volante central con un gran despliegue físico y altos niveles de recuperación?
- ¿Nos interesa que nuestros atacantes asfixien con la presión y recuperen el balón en campo rival?
Cada modelo, cada sistema, tiene respuestas distintas. Conocerlas es el esencial para saber qué parámetros básicos debe cumplir un futbolista para ser considerado.
El entrenador, el último eslabón de la cadena
El técnico llega en la última etapa del proceso de selección del futbolista. Aparece al principio para marcar los puestos y los perfiles a reforzar, y aparece al final para mirar el menú que le acerca el director deportivo luego de un arduo trabajo de la secretaría técnica. “El director deportivo debe trabajar con el entrenador en el perfil del jugador porque si no está trabajando en contra de la institución ya que el entrenador puede acusarlo de no haber querido a los jugadores incorporados”, apunta Miguel Torrecilla, director deportivo del Waasland-Beveren de Bélgica. “Si la decisión de sumar a un futbolista es en conjunto, es mejor para todos”, agrega Burdisso. “En ese caso tienes un aliado”, confirma Monchi en sus charlas. Víctor Orta le acerca cinco nombres –con sus debidos informes de rendimiento y psicológicos– en base a sus demandas para que sea él quien toma la decisión final: el trabajo de su equipo fue seleccionar a los candidatos en base al perfil y a las posibilidades económicas, y le resulta indiferente quién es la opción principal.

Pero la situación también puede ser a la inversa: el entrenador puede pedir un nombre en particular porque dirigió y conoce a ese jugador, porque se lo recomienda alguien de su confianza, o porque lo siguió durante varios encuentros. ¿Qué debe hacer el club en esa situación? Validarlo: mirarlo, analizarlo, y ver si entra dentro de los parámetros que pretende. Para ese trabajo, otra vez, está la secretaría técnica. “Nunca incorporo a un jugador que me pide el entrenador sin comprobarlo con mi equipo de trabajo”, señala Torrecilla. “Jamás voy a firmar a un jugador que el entrenador no quiera, pero tampoco es fácil que cedamos si es un jugador que vimos en muchas ocasiones y creamos que no lo necesitamos”, coincide Emilio Vega, director deportivo del Alcorcón, que en la búsqueda de un entrenador confiesa haber desestimado a un candidato porque le exigía ciertos apellidos con su llegada.
Porque la nueva revolución es separar los poderes: el club ya no debe darle autonomía total al entrenador, y debe construir sus secretarías técnicas para aprobar las compras y evitar los despilfarros. Para no traer lámparas cuando les piden sofás.
Follow Me