Floyd Mayweather volvió a ganar un montón de plata, pero esta vez sin tener que desgastar a un rival de renombre, le alcanzó con “empatar” frente al influencer Logan Paul.
Maravilla Martinez fue trending topic hace un par de semanas, pero no por ganar un título mundial en su regreso tras una larga inactividad, sino por ser parte de la esquina de Torete, un youtuber español que animó el combate más entretenido de una velada boxística de aficionados organizada por Don King Ibai y transmitida por Twitch para más de 1.5 millones de personas.
En las redes sociales se festeja que Marcos “Chino” Maidana volverá a subirse a un ring. La alegría, más que por volver a ver en actividad a uno de los mejores boxeadores argentinos de las últimas décadas, es porque anunció que lo hará para darle una paliza a Yao Cabrera, uno de los youtubers más seguido y odiado de la actualidad, que semanas antes se había mostrado en una secuencia extraña con el ex campeón pesado argentino Fabio “La Mole” Moli.
El boxeo volvió a las primeras planas en las últimas semanas sin título del mundo en juego. El entretenimiento pasa por otro lado.
Innovadores eran los de antes
La mayoría de los grandes boxeadores entendían de storytelling bastante antes que el concepto invadiera los manuales de marketing y agotaran las charlas TED. Incluso, podemos decir que fueron, entre los deportistas, los pioneros en crear contenido propio. Solo por citar tres ejemplos rápidos:
• Luis Ángel Firpo se hizo famoso por tirar a Dempsey en 1923, pero “El Toro de los Pampas” hizo más plata negociando las filmaciones de sus peleas en EEUU que con las bolsas que podía cobrar como púgil. Firpo peleaba en el extranjero y volvía a Argentina con las cintas de sus combates y las distribuía en los cines como si fueran una película: pay-per-view hace casi 100 años.
• Ringo Bonavena entendió mejor que nadie que necesitaba picantear las previas para vender entradas en el Luna Park, pero también que invitar a almorzar a sus rivales a la casa de su madre el domingo siguiente generaba un segundo espectáculo televisivo (y un segundo ingreso) los fines de semana.
• El propio Floyd Mayweather se brandeo como The Best Ever incluso antes de presentar pergaminos para serlo. En su prime time revalidaba la marca como fuera: arriba del ring dominando rivales de fuste y abajo, repitiendo incansablemente que era el mejor de todos mientras repartía merchandising con las siglas TBT. En su ocaso, ganar plata le cuesta cada vez menos: se divirtió con una estrella de otro deporte, humilló a un juvenil japonés y ahora, guanteo un rato con un fenómeno de las redes.
Para el show show business el boxeo siempre ha sido atractivo, no solo por las peleas sino por los negocios secundarios que genera: ¿Qué pasó en estas semanas que tuvieron que venir streamers y youtubers a recordarlo?
Super profesionalización y después
Evitando el debate de especialistas sobre el nivel del boxeo en la actualidad, podemos pensarlo desde otro costado menos técnico y más afín con el espectáculo: ¿Estamos ante el deporte que más se profesionalizó en los últimos años y que menos sorpresa presenta en sus grandes eventos?
De ser así, el problema quizá no sea hate que recibe en cada presentación Canelo Álvarez (profesional desde los 15 años y que se ha enfrentado a todo tipo de rivales), la frialdad de Anthony Joshua, la locura de Tyson Fury o el inevitable paso del tiempo que hacer mermar el rendimiento de Manny Pacquiao, sino los largos tiempo de espera entre pelea y pelea, cuyo plato fuerte nunca puede estar a la altura de extensas y sobredimensionadas previas.
Las grandes figuras el boxeo se acostumbraron a hacer contadas apariciones, apenas una o dos peleas por año calendario, generalmente en las mismas fechas y antecedida por una extensa gira previa de promoción y un campamento de preparación donde se ajustan todos los detalles. Más allá de alguna excepción, como el triunfo de Andy Ruiz ante Anthony Joshua hace un par de años, las consecuencias de esta estructura suelen ser siempre las mismas: combates muy cerrados que se definen por detalles (la saga Canelo – GGG) o victorias de los favoritos sin atenuantes (Pacquiao – Mathysse, Mayweather – Maidana II). En ambas situaciones el denominador común es la falta de sorpresa, no solo en el resultado final sino durante el desarrollo del espectáculo.
Esta dinámica ha ido en contra de la consolidación de figuras en este deporte desde hace algunos años, donde la falta nivel técnico (si existiera) no sería el principal condicionante. Tampoco escasean púgiles con buenas historias para contar (en algún momento Tyson Fury será furor en Netflix), sino que es en la previsibilidad del main event la característica más foja del espectáculo. Un contexto que intenta maquillarse con highlights post combate en las redes pero que inevitablemente decepcionan en las veladas en vivo.
Adicionalmente, aparece el problema del día después: la audiencia sabe que deberá esperar quizá otro año para volver a ver a su boxeador preferido, con lo cual una actuación decepcionante puede afectar seriamente el interés en el seguimiento del espectador ocasional, e incluso, del fanático de los deportes de contacto que tiene la oferta de la UFC a la vuelta de la esquina. Un detalle extra: el boxeo se quedó afuera del gaming, el último juego decente (la saga “Fight Night” de EA Sports) se desarrolló para consolas dos generaciones más viejas que las actuales.
La vieja (idea) confiable
En este contexto, youtubers y streamers, de quienes en general valoramos sus aportes innovadores a la industria deportiva, recurren (conscientemente o no) a la vieja idea confiable: subir famosos al ring.
#LaVeladadelAño, organizada por Ibai Llanos y protagonizada por grandes nombres del mundo del streaming español, tuvo números impactantes: 20.374.454 visualizaciones en directo en Twitch, 293 millones de minutos vistos y 3.774.575 espectadores únicos. Fue la versión twitchera de algo que los hermanos youtbers Logan y Jake Paul ya habían probado: al público le encanta ver a sus influencers preferidos protagonizar peleas de boxeo. Los creadores de contenido norteamericanos la vieron en 2018 cuando llenaron el Manchester Arena y fueron un éxito viral protagonizando el evento que los cruzó con colegas youtubers británicos.
En realidad, el chiste de subir celebridades al ring es mucho más viejo: ciclos como “Celebrity Boxing” ya se hacían hace más de veinte años y en diferentes partes del mundo (EEUU y Japón a la cabeza, pero incluso en Argentina vimos algo de esto). Generalmente protagonizado por famosos menores, estas veladas dieron lugar a cruces bizarros como, por ejemplo, Manute Bol (uno de los pívot más altos de la historia de la NBA) enfrentando a William Perry de los Chicago Bears de la NFL (apodado “The Refrigerator” por su porte).
Si lo Ibai no fue una novedad, la idea de poner un boxeador profesional como Mayweather ante un famoso tampoco es nueva: entre otros, vimos a Shaquille O`Neal emparejar por tamaño sus falencias técnicas ante Oscar de la Hoya y a Shane Mosley y a la leyenda germana del boxeo, Regina Halmich, poner en serios apuros a un presentador de televisión que se animó a desafiarla.
En consecuencia, el boom de audiencia de estas veladas con combates entre streamers o entre youtubers y profesionales, no se explica por la novedad de la propuesta, sino por la presunción de sorpresa que generan estos eventos: no saber cómo boxean equivale a que pueda pasar cualquier cosa, incluyendo el peligro a que se lastime ya no un profesional de la disciplina sino tu influencer favorito. Todo lo opuesto a las veladas super profesionalizadas que mencionamos antes.
La práctica de boxeo, además, supone un desafío que es atractivo para las celebridades en general, y para los streamers en particular, más asociados a estar detrás de una pantalla y con pocas instancias para mostrar sus destrezas físicas: les permite relanzar su personaje público y presentar un cambio físico, algo que siempre es bienvenido en una industria integradora desde el discurso, pero que sigue siendo frívola y superficial en sus fundamentos.
Ante una audiencia afecta a la inmediatez en sus consumos culturales, subir al ring a una celebridad de otro ámbito evita tener que construir el personaje mediático del boxeador, ese que “Maravilla” Martínez tardó años en instalar los medios para poder aumentar su caudal de público en las peleas. En el escenario actual pareciera que alcanza con transferir seguidores de un espacio a otro, al menos hasta que la presunción de sorpresa se agote, cosa que puede suceder bastante rápido si los espectáculos son del tipo Mayweather – Paul, cuya potencial revancha seguramente no recaude USD 50 millones en el PPV como la primera.
Del otro lado, más que nunca el boxeo debe aprovechar la influencia sus últimas figuras instaladas y potenciar sus prospectos, no solo generando peleas atractivas de manera recurrente y con fallos más claros, sino también desarrollando el perfil mediático de sus profesionales también en estas nuevas plataformas.
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